Costa Rica: lo moderno como contemporáneo

10 Disputas esquineras

Ben Merriman
traducción de Inés Marcó

El Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) de Costa Rica se encuentra en lo que antes fue una destilería, en San José, la capital. El edificio todavía luce como una fábrica; contrariamente al caso de la Tate Modern, poco se ha hecho para transformar el edificio en relación a su propósito original. El museo no tiene aire acondicionado, y como el resto de San José, es caluroso y húmedo durante todo el año. Las avispas zumban en los techos y las vigas sudan alquitrán. En mi visita pasé por la vieja y despoblada recepción y miré arte sin la vigilancia cercana de guardias ni sensores. El MADC es un museo nacional que no está aislado ni protegido del día a día de su país. Es esta contigüidad, junto con el vigoroso compromiso con los estilos de las vanguardias históricas, lo que ha hecho del MACD uno de los museos más emocionantes que he visitado en varios años.

Costa Rica no ha producido artistas o escritores con reconocimiento internacional como otros países centroamericanos. Uno podría relacionar la falta de visibilidad artística con su plácida historia política. El país es envidiablemente estable, y aunque todavía se ven agujeros de bala en partes de la capital de la breve Guerra Civil de 1948, este conflicto es más un hecho de orgullo nacional que un trauma histórico: el fin de la Guerra Civil implicó la abolición del militarismo y la segregación racial, y el sufragio universal y la creación de una república constitucional. Quizás un caso único en América Latina, donde Estados Unidos ha mantenido lazos económicos y políticos estrechos sin intromisiones o invasiones. El país tiene varios problemas sociales, pero no catástrofes sociales, y en sintonía con esto, poca emigración.

Uno de los problemas sociales más acuciantes de Costa Rica, el turismo sexual y sus consecuencias, era el tópico principal de la exhibición del MADC “Rein@s de la noche” (2011), del artista de San José Eugenio Murillo Fuentes. La exposición contaba con 12 grandes obras de técnica mixta donde el trabajo sexual era el tema protagonista. La serie tiene una clara deuda con el Neue Sachlichkeit y el Dadá Berlín. Los temas de Murillo (robo, acoso policial, uso de drogas y asesinatos pasionales) son espeluznantes, sus colores estridentes y las figuras humanas están distorsionadas y agresivamente despersonalizadas. En cuanto a su aspecto formal y conceptual, la obra no se aleja de los estilos del modernismo de entreguerras. En otros aspectos, sin embargo, la obra es insólitamente contemporánea: San José es conocida como un punto neurálgico de turismo sexual, y el país está luchando por encontrar un equilibrio entre su catolicismo, la tradición nacional de tolerancia cívica y la dependencia económica de los visitantes extranjeros. Pese a que la obra presenta pocas referencias espaciales específicas, la exposición sugiere que se trata de San José. La utilización del símbolo @ por parte de Murillo (cuyo uso, relativamente reciente en español, denota neutralidad de género) es un reconocimiento de que los trabajadores sexuales trans son tan visibles en San José como sus esquinas y las cismujeres. (Una traducción literal al inglés “Queens of the Night” podría conllevar una ambigüedad similar). De manera similar, la falta de rasgos distintivos de las figuras humanas desdibuja la cuestión del género, que está en gran medida fuera de lugar: la obra de Murillo enfatiza (e implícitamente critica) la reducción de trabajadores sexuales a objetos intercambiables de fantasías masculinas. Un segundo sentido del título de la muestra reitera esta fantasmagoría: “reina de la noche” es también el nombre coloquial de un tóxico, un cactus que florece de noche.

No es inusual para el arte contemporáneo abordar problemas sociales complejos, pero la elección del medio por parte de Murillo y su estilo impersonal otorgan al espectador un espacio menos cargado para la reflexión moral. Sin esquivar las nada gratas realidades del turismo sexual, Murillo salvaguarda a los espectadores de la especificidad de ver determinado trabajador o cliente, algo que un medio como la fotografía documental no permitiría. La despersonalización, aunque no sea la norma para el arte políticamente comprometido, elude tanto la encrucijada ética de generar placer estético a partir del triste pasar de otro ser humano como el problema económico de obtener una ganancia de una foto tomada gratuitamente. Este paso atrás con respecto a la realidad inmediata corre el riesgo de “sobreestetizar” una problemática social, pero ningún visitante del museo podría no estar al tanto del turismo sexual en Costa Rica. (Incluso el gobierno reconoce estos dilemas particulares; fuera del museo había afiches de una campaña anti-transfobia patrocinados por el Estado, un proyecto loable e incluso inimaginable en los Estados Unidos). La serie es, por lo tanto, una instalación de contexto específico, no está concebida para el espacio específico de exposición, pero sí para su contexto social, y perdería inteligibilidad en cualquier otro lugar.

Murillo, como la mayoría de los artistas que exhiben en el MADC, sugiere la adecuación continua del modernismo a nuestro tiempo presente. En su mayoría, el arte contemporáneo expuesto procede como si el Pop  y el arte conceptual nunca hubieran existido, y las piezas más memorables dan cuenta de la realidad de Latinoamérica principalmente con recursos formales del expresionismo, el Dadá y el surrealismo. “Instrumento de navegación” de Cecilia Paredes, sublimemente inútil, trae a la mente a Kurt Schwitters, pero también actualiza una crítica al neocolonialismo. Paticia Belli crea un zapato de taco alto (“Zapato”) con una plantilla espinosa y corteza de Guanacaste venenosa, una obra que cita a Meret Oppenheim, pero asimismo deja en claro su postura sobre la cultura masculina. Los visitantes más cosmopolitas pueden tomar la dependencia de estos estilos como un signo de relativo aislamiento. Los mayores logros de las vanguardias históricas se están acercando al centenario y los artistas no parecen particularmente motivados a producir novedades formales.

No obstante, las obras en el MADC pueden ser entendidas precisamente en el sentido inverso. El modernismo procuró reinventar las cosas, y trató los estilos del pasado como contemporáneos al presente y a los productos de todas las culturas como un depósito compartido de logros artísticos. Los primeros frutos del modernismo son lo suficientemente viejos como para ser considerados parte de la historia, tan lejos de nosotros como el modernismo del academicismo de principios de siglo XIX. El giro hacia el modernismo que vemos en el MADC no es oportunista sino honesto, y sugiere la transustanciación de los estilos modernistas con el espíritu que originalmente les dio forma. El resultado es algo bastante raro en el arte contemporáneo: una obra capaz de sorprender al espectador, invitando a cambiar la mirada sobre el mundo por fuera de las paredes del museo.

* *

Imagen: Eugenio Murillo-Fuentes, “Disputas esquineras” (2011)

MERRIMANBen Merriman es doctorando en sociología de la Universidad de Chicago y el editor de ficción del Chicago Review. Sus cuentos y ensayos han aparecido en decenas de revistas; ver más en benmerriman.tumblr.com.
MarcóInés Marcó dice: Nací en Concordia. En este momento vivo en París. Estudié en el IUNA. Aprendí mucho con Pablo Siquier, Juan Doffo, Gabriel Baggio y Ernesto Ballesteros. Me interesan distintas problemáticas del arte y de la pintura. 
Empecé a pintar con gouache desde que vi cómo trabajaba Laylah Ali. Me gusta la obra de: Roni Horn, Liliana Porter, entre muchos muchos otros.


Publicado el 18 de noviembre de 2013 en Arte, Tongue Ties.



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